Soledad.
Es simplemente una palabra.
Pero como duele.
La cantidad de desolación que se siente al darte cuenta de que estás sola, ¿verdad?. Que la única persona que realmente puede darte un abrazo en este momento está "demasiado ocupada haciendo cosas de la universidad" como para quedar y tomar un café durante media hora. La misma persona que el día anterior se lo ha pasado entero de fiesta, con sus nuevos amigos, su nueva y feliz vida, esa misma que tú experimentaste el año pasado y que este, por causas diversas, no puedes. Este año estás condicionada y obligada a adaptarte a un sitio que no te gusta, a hacerte amiga de gente que no te cae bien simplemente por no estar sola.
Esa persona, la que llevas arrastrando contigo desde que teníais doce años, con la que has compartido miles de aventuras, risas, lágrimas, enfados, caídas, recaídas... al final vuestra amistad siempre ha acabado resurgiendo como un ave fénix y se ha hecho más fuerte a cada paso, haciendo que siempre estéis ahí la una para la otra.
O eso creías.
Ahora, ocho años después, tu "mejor amiga" prefiere estar de fiesta con gente que conoce desde hace dos meses. Prefiere reservar el único día que podríais estar juntas para hacer trabajos de la universidad con esa gente. Te da la excusa de que va atrasada con ellos, pero el día anterior se fue de fiesta todo el día y no le importaban nada sus trabajos.
Ella es la única amiga que tienes en una ciudad desconocida, la única que sabes que si te da un abrazo vas a sentirte bien, porque todo lo interesante que os ha pasado alguna vez en la vida lo habéis hecho juntas.
Y no está ahí para ti.
Es duro.
Es muy duro necesitar a una amiga y que no esté ahí.
Entonces pides ayuda a las demás. Y una de ellas te responde. Llevas siendo su amiga exactamente el mismo tiempo que la otra: ocho años. Pero no es quien tú querías que te respondiera. Aun así le llamas y descubres que, aunque normalmente sea borde con todo el mundo, incluso contigo, ella es la única que saca tiempo de donde no lo tiene para escuchar por teléfono como te desmoronas, como abres tu alma y confiesas todo lo que tienes guardado dentro de ti desde verano, desde que supiste que la vida FELIZ que tenías el año pasado no ibas a vivirla jamás, sino que eras forzada a ir a otro lugar con otra gente por un nimio error.
Abres tu corazón. Te dejas llevar por la situación y los pedazos de cristal que han estado clavados en él se van yendo con cada lágrima que derramas, aligerando un poco la carga de tu corazón porque tienes a alguien que te escucha.
La situación no cambia: sigues atrapada en ese lugar lejos de la vida que te han arrebatado. Sigues sola, completamente sola, en una ciudad extraña. Pero sabes que hay alguien que te escucha. Alguien que te da consejos para ayudarte. Alguien que, aunque tú no lo habías visto, realmente se preocupa por ti.
Y cuando cuelgas el teléfono el mundo es un poco más brillante.
Es simplemente una palabra.
Pero como duele.
La cantidad de desolación que se siente al darte cuenta de que estás sola, ¿verdad?. Que la única persona que realmente puede darte un abrazo en este momento está "demasiado ocupada haciendo cosas de la universidad" como para quedar y tomar un café durante media hora. La misma persona que el día anterior se lo ha pasado entero de fiesta, con sus nuevos amigos, su nueva y feliz vida, esa misma que tú experimentaste el año pasado y que este, por causas diversas, no puedes. Este año estás condicionada y obligada a adaptarte a un sitio que no te gusta, a hacerte amiga de gente que no te cae bien simplemente por no estar sola.
Esa persona, la que llevas arrastrando contigo desde que teníais doce años, con la que has compartido miles de aventuras, risas, lágrimas, enfados, caídas, recaídas... al final vuestra amistad siempre ha acabado resurgiendo como un ave fénix y se ha hecho más fuerte a cada paso, haciendo que siempre estéis ahí la una para la otra.
O eso creías.
Ahora, ocho años después, tu "mejor amiga" prefiere estar de fiesta con gente que conoce desde hace dos meses. Prefiere reservar el único día que podríais estar juntas para hacer trabajos de la universidad con esa gente. Te da la excusa de que va atrasada con ellos, pero el día anterior se fue de fiesta todo el día y no le importaban nada sus trabajos.
Ella es la única amiga que tienes en una ciudad desconocida, la única que sabes que si te da un abrazo vas a sentirte bien, porque todo lo interesante que os ha pasado alguna vez en la vida lo habéis hecho juntas.
Y no está ahí para ti.
Es duro.
Es muy duro necesitar a una amiga y que no esté ahí.
Entonces pides ayuda a las demás. Y una de ellas te responde. Llevas siendo su amiga exactamente el mismo tiempo que la otra: ocho años. Pero no es quien tú querías que te respondiera. Aun así le llamas y descubres que, aunque normalmente sea borde con todo el mundo, incluso contigo, ella es la única que saca tiempo de donde no lo tiene para escuchar por teléfono como te desmoronas, como abres tu alma y confiesas todo lo que tienes guardado dentro de ti desde verano, desde que supiste que la vida FELIZ que tenías el año pasado no ibas a vivirla jamás, sino que eras forzada a ir a otro lugar con otra gente por un nimio error.
Abres tu corazón. Te dejas llevar por la situación y los pedazos de cristal que han estado clavados en él se van yendo con cada lágrima que derramas, aligerando un poco la carga de tu corazón porque tienes a alguien que te escucha.
La situación no cambia: sigues atrapada en ese lugar lejos de la vida que te han arrebatado. Sigues sola, completamente sola, en una ciudad extraña. Pero sabes que hay alguien que te escucha. Alguien que te da consejos para ayudarte. Alguien que, aunque tú no lo habías visto, realmente se preocupa por ti.
Y cuando cuelgas el teléfono el mundo es un poco más brillante.